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La inseguridad en Barcelona activa patrullas ciudadanas

Los índices de inseguridad no paran de crecer, lo que desata la indignación ciudadana

Periodista EL PAÍS en Barcelona

“Esta es una rata”, dice David R., uno de los miembros de Patrulla Ciudadana. Es mediodía en el metro de paseo de Gràcia de Barcelona, uno de los puntos calientes del turismo donde, según cuentan, los carteristas hacen su agosto. Empresario, de 40 años, David no duda en rodear a la mujer, y empieza a soplar enérgico el silbato. “¡Es una carterista! ¡Ayúdennos a sacarla! ¡Fuera, fuera, fuera!”, grita, animando al pasaje, acompañado de Angy S., de 26, que enseña el cartel en siete idiomas donde se lee carterista. La supuesta carterista les fotografía, sin arrugarse.

Algunos pasajeros se suman al escrache a la mujer. Otros reprochan que no se respete la “presunción de inocencia”. La mujer acaba bajando del vagón. Ese es el objetivo de la patrulla: echarlos del metro. “La satisfacción de evitar un robo no tiene precio”, dice David, que cree tener el ojo hecho ya al carterista. Con él patrulla también Daniel Sisa, de 42 años, buzo profesional, y Carlos G., de 19, estudiante de Matemáticas.

El grupo se une alrededor de la figura de Eliana Guerrero, de 47 años, colombiana, que hace 12 años empezó patrullando por el metro de Barcelona con su silbato. Estuvo de manera intermitente, se fue un tiempo a Valencia y ahora ha retomado la iniciativa, acompañada de más personas. “Somos unos 40 y nos organizamos por WhatsApp”, explica esta empresaria, que puede compatibilizarlo con su trabajo porque es la dueña de una inmobiliaria.

“Altruismo”, es el argumento que repite para explicar qué les mueve. Un miércoles cualquiera han reunido a una docena de personas. Ente ellos está otro grupo que también patrulla por el metro desde hace unos meses, ROAR (Residents Organization Against Robbery). Les acompañan dos invitados de los Ángeles Guardianes que nacieron en los ochenta en Nueva York para patrullar el metro, y son su modelo a seguir.

Ambos grupos se retroalimentan en las redes sociales gracias a diversas cuentas recientes. Una es Helpers Barcelona, que se define como una “plataforma colaborativa de seguridad ciudadana. Mapaje en tiempo real de agresiones, narcopisos, robos y delitos”. Piden colaboración a través de mensajes directos. Contactados por este diario, aseguran que son vecinos de Ciutat Vella, que quieren anonimato porque han sido amenazados. Otros vecinos, en este caso los del barrio de Sant Antoni, han lanzado la campaña Vigila, que busca que los ciudadanos sean corresponsables y avisen ante cualquier delito. Han repartido carteles por los comercios del barrio con un gran ojo. “Si ves algo raro, llama al 112”.

El último en sumarse a la oleada de movilización ciudadana ha sido Tito Álvarez, la cara visible de las protestas del taxi, que ha creado Salvalona. “Es un movimiento que une a taxistas, a las patrullas ciudadanas, a las asociaciones de vecinos, a los empresarios, al mundo de la seguridad privada…”, explica por teléfono Álvarez. Por ahora, se ha reunido con Mossos y con la Guardia Urbana. Su plan a corto plazo es organizar una asamblea en Ciutat Vella y crear una aplicación que sea “una especie de 112” donde “los ciudadanos se pueden dar de alta” y avisar de lo que les pase. “En septiembre vamos a liarla con una manifestación”, asegura.

Los Mossos asisten expectantes a estas iniciativas. “La colaboración ciudadana es indispensable para luchar contra la delincuencia. Otra cosa muy distinta es que señalen y echen del metro a personas con billete a las que además no han visto directamente robar. Eso es trabajo de la policía”, advierten fuentes policiales, y avisan de que incluso los patrulleros ciudadanos pueden acabar denunciados por los supuestos carteristas. Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) declinó comentar la existencia en el subsuelo de este tipo de patrullas.

Cada vez más violentos

Doce y media. La patrulla está en el metro de Sagrada Familia cuando aparece la misma mujer que ya han echado en paseo de Gràcia. Casi no da tiempo al escrache. Se la lleva el personal de seguridad del metro. “Para ellos es un juego, entran y salen”, lamenta David, que no suelta su teléfono móvil, para avisarse entre ellos. “Me he olvidado los walkies que usamos y el gas pimienta”, dice, y asegura que alguna vez han sido agredidos. “Cada vez son más violentos”, añade Daniel.

Diez minutos después, en la estación de Tetuán, la patrulla se topa de nuevo con la misma mujer. Es la tercera vez en media hora. Ella, cansada de que la echen, se mantiene firme: no piensa irse. En el recibidor del metro, David pita sin parar y le repite “¡fuera!”, acercándose mucho. Ella le grita, y le enseña el billete de metro. Angy se pone al lado de David: “¡Fuera, fuera, fuera rata, fuera!”, grita también ella. Algunos pasajeros se suman: “¡Vete!”. Pero la mujer se niega, hasta que lanza un grito de rabia y golpea con la cabeza el pecho de David. Finalmente, llegan agentes de seguridad, la apartan y el grupo se va a otra estación.

Algunos ciudadanos les han reprochado su actitud. “Nos han llamado racistas y de todo. A mí, racista, que no tengo papeles”, dice Angy. “Quien venga a trabajar es bienvenido. El que no, fuera”, asegura Eliana Guerrero, que dice no haber tenido ningún problema legal: “No han tenido el morro encima de denunciarme”. Puede que alguna vez se hayan equivocado con algún pasajero, admite, pero insiste en que tienen muy calados a los carteristas. “Ahora además estudio programación neurolingüística”, alega, sobre las herramientas para identificarlos.

¿Y quién paga todas estas iniciativas? Guerrero dice que le da “reparo” que les den dinero, y que por ahora no se plantean instalar cuotas en el grupo. ROAR Barcelona tiene una campaña de donación en Facebook. Tito busca financiación en las empresas: “Que cada uno aporte lo que pueda”.

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